Por este término se entiende al niño cuyo único síntoma es la falta de apetito, sin enfermedad somática o mental que lo condicione. La mayor parte de las veces, este trastorno obedece a un apetito caprichoso derivado de unos hábitos alimentarios mal ordenados. Una mala estimación por parte de los padres de las necesidades nutritivas del niño, acaba por condicionar un ambiente de ansiedad en el entorno del niño que revierte en forzar al niño a comer y permitirle ciertos caprichos. Con todo esto, el acto de comer se convierte en desagradable para toda la familia.
El tratamiento
Las pautas a seguir en líneas generales no son clínicas ni de modificación de los alimentos. Se suelen reducir a cambios en las normas y costumbres así como en la actitud:
En definitiva, se trata de hacer comprender al niño, y a veces a los padres, que comer es un acto necesario para vivir y sentirse bien. Para lo que a veces no es necesario comer tanto como uno puede pensar. Bien es verdad que se debe hacer una correcta vigilancia de estos niños, en aras de controlar la buena salud.
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